viernes, 18 de julio de 2014

La noche. (Parte II)

   Había olvidado el peso de la cota de malla, era sencilla, y aunque mucho más ligera que la mayoría de las armaduras que tenía, igualmente era demasiado pesada para lo que protegía.

   Entró en el ropero, a simple vista no era más que un mueble normal. Observó el tablón del fondo un momento, ahí sólo había entrado una vez, frunció el ceño y golpeó la madera con los nudillos, el sonido era hueco. Entonces recordó que en ese armario había que levantar el fondo, salió y se agachó, observando detenidamente el hueco de las maderas hasta que vio una de las bisagras, puso los dedos de su mano izquierda justo encima, sobre el madero, y siguió el listón que lo cruzaba perpendicularmente, cuando llegó al final supuso que debía tirar hacia él. Al hacerlo la base se levantó y el tablero del fondo se abrió hacia arriba empujado por un sistema de poleas. Cogió una antorcha y la encendió en la chimenea, entró de nuevo al ropero, cerrando la puerta tras él, una vez en el pasillo tiró de una palanca que lo dejó todo como estaba.

    Por el estado de aquel sitio, estaba claro que hacía muchos años que nadie transitaba por esa parte de los pasadizos. Frente a él se extendían unas enormes telas de araña cubiertas de polvo, desenfundó la espada y las rompió abriéndose paso. Al llegar al primer cruce suspiró, tenía que llegar a la habitación de Dwyn, trató de visualizar, de espaldas a la estancia que había dejado, donde se encontraría el dormitorio, giró directamente a la derecha en cuanto lo hubo averiguado. Continuó rompiendo telas de araña, hasta que llegó a los caminos que llevaban a los dormitorios de su primo y su esposa, los de las damas, y el jefe de la guardia.

¾     ¡El jefe de la guardia! –exclamó al recordarle–. He de avisar a la guardia por si acaso, es mejor ser prevenidos que perecer.

   Se volvió hacia el pasadizo de la izquierda, pasó uno de largo y volvió a ir hacia la izquierda, ascendiendo finalmente a la planta superior.  Encontró en la penumbra la palanca que abría la trampilla escondida tras el armero. El lugar estaba realmente frío, incluso más que los pasillos. Encontró a Úlfr dormido tapado con gruesas mantas de lana, golpeó con su zurda el armero y le llamó.

¾     ¡Úlfr! Despierta, es urgente.
¾     ¿Hmm? –el hombre abrió los ojos con esfuerzo– Drystan… ¿Qué hace aquí, señor?
¾     Se acerca una gran columna de hombres, suena una marcha de tambores y espero por tus dioses y los míos que no sea una de guerra.

   El capitán de la guardia parecía haberse espabilado de golpe y puso cara de sorpresa.

¾     Señor… ¿quién…
¾     No lo sé, pero hay que enviar palomas mensajeras a Fuerte Oscuro y un jinete al asentamiento Río Gris, son los dos lugares más cercanos. Si vienen a matar al rey y a usurpar el trono debemos tener más hombres, un periodo de paz tan largo tiene a los soldados con sus sentidos apagados y al castillo totalmente desprotegido.
¾     Mi señor, desde que la salud del rey empeoró y recibimos una carta con un tono extremadamente amenazador por parte de los Craine las medidas de seguridad se vieron reforzadas.
¾     ¿Qué carta?
¾     Fue antes de que vos llegaseis, la tiene el escriba real, si es vuestro deseo os la puedo enseñar, pero dan a entender que un hombre con retraso mental no debe reinar Deheria, ni mucho menos un isleño que cree en dioses falsos. Ni qué decir de la "puta que se folla a retrasados".

   Drystan apretó los puños y los dientes, estaba claro el deseo de los Craine por el trono desde hacía mucho, y la posibilidad de nombrar a Ricard Demory como heredero, siendo éste su peor enemigo, había caldeado los ánimos de muchos de los señores de las tierras del oeste, sobre todo de los Craine y sus subordinados.

¾   Bien… envía a diez hombres al lago, que traigan todas las cañas que puedan, preparad el foso y toneles de brea. Que saquen al patio las piedras de las catapultas. Despierta a todos los hombres del agua para que se preparen a curar a los heridos, y a los hombres del fuego también, no sé cuantos tenemos, pero tendrán que ser suficientes. Hay que asegurarse de que estamos preparados, con el amanecer llegarán. Espero que en son de paz y esto no sea más que una falsa alarma.
¾     Una caravana que viniese de visita estaría descansando a estas horas, y de todos modos, aunque tuviesen prisa, no son necesarios los tambores. Avisaré al rey.
¾     No, ya me encargo yo.

  El jefe de la guardia se levantó de la cama estirándose y lanzando un bostezo, hizo un gesto de negación con la cabeza:

¾     ¡Qué desdicha! –el rostro del hombre se ensombreció– cuando parecía que al fin oiríamos las risas alegres de un niño por estos pasillos…
¾  Es… espera… –abrió los ojos y la boca conmocionado por aquellas palabras– ¿Qué estás diciendo?
¾     Entre el servicio corre el rumor de que no se ha visto a la reina tener la sangre de la luna desde hace dos meses. Se ve que ha estado tomando infusiones, que se ha entregado a los dioses, ha rezado, tomado baños… en fin… ha hecho todo lo posible.

   Su corazón dio un vuelco, si Úlfr tenía razón su máxima prioridad en ese momento era proteger a Moira.

¾     ¿Has oído hablar de la celda negra?

¾  Mi señor Drystan –las manos del jefe de la guardia temblaron al recordarla–. Si para nuestra desgracia el castillo cae y ella se encuentra ahí, será su sentencia de muerte.

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