lunes, 14 de julio de 2014

La noche (Parte I)

   Drystan abrió los ojos, un extraño sonido le había despertado, el fuego de la chimenea estaba a punto de extinguirse. Los cerró de nuevo y trató de agudizar el oído. Nada… no escuchaba nada, sintió un escalofrío y se levantó a echar más leña. Estaba desnudo, se había acostumbrado durante todos los años de tranquilidad en sus cálidas islas, y si era posible de algún modo calentar la habitación, nada haría que incómodos ropajes perturbasen sus sueños.

   Habían pasado tres lunas desde entonces, pero era incapaz de olvidar la noche en que visitó a Moira, hubiese dado cualquier cosa para que ella le aceptase, para poder hacerla suya, al fin, después de tantos años de amor secreto, sin embargo no había nada que hacer, y al menos hasta la muerte de Dwyn no podría plantearse nada de nuevo, pero tampoco deseaba que su primo falleciera…

   Se metió en la cama y lanzó un suspiro, pronto tendría que volver a sus islas. Mientras él no estaba, sus tierras eran gobernadas por su único tío por parte de madre, un hombre de total confianza y honor incuestionable. Jamás había sido un problema marcharse largas temporadas, pero ahora era diferente, tras lo que había sucedido ella se sentía incómoda en su presencia, esquivaba todas sus miradas y sólo le hablaba cuando era estrictamente necesario. Había sido capaz de perdonar a su esposo, sin embargo parecía que a él no tenía intención de perdonarle con tanta facilidad, pero claro, Dwyn era su amor, contra eso no podía hacer absolutamente nada.

   Trató de dormir y vaciar su mente de pensamientos perturbadores, pero no había manera. Daba vueltas en el camastro sin conseguir encontrar una postura adecuada, acabó boca abajo y asestó un golpe al colchón con tal fuerza que por unos instantes creyó que aquel viejo lecho se desmontaría.

   Entonces, escuchó otra vez aquel retumbar lejano que le había despertado, como tambores distantes, pero desaparecieron de nuevo así que pensó que tal vez había despertado por una pesadilla, y que lo que acababa de escuchar sería el crujido de la madera vieja y raída. No tardó en darse cuenta de que esa noche no podría volver a conciliar el sueño, lo cual haría que el resto del día le pareciera eterno.

   Volvió a levantarse y sin darse cuenta de donde estaba, abrió el ventanal de la alcoba y salió al balcón. Un viento helado le erizó la piel y tembló, la luz de la luna llena bañaba su esbelto cuerpo y antes de darse la vuelta para entrar a resguardarse, miró al cielo y observó las estrellas, buscó su favorita, una de color rojo, al verla sonrió. El recuerdo de su tierra hizo que se olvidase del frío, su mente se perdió entre las arenas doradas de Uhn-Nurr. Las orillas de aquel mar cristalino que en la distancia se veía color verde azulado, no tenían nada que ver con aquellas aguas negruzcas del norte. Por primera vez en varios días se dibujó una sonrisa en su rostro.

   Sí, definitivamente debía volver, hacía al menos una semana que Dwyn podía andar por sí mismo, su estado de salud había dejado de ser peligroso, y echaba demasiado de menos a aquel niño que nació tras buscar el consuelo por el fallecimiento de su esposa en brazos de una de sus damas. Pobre infeliz, ella buscó ese hijo con la esperanza de que él la desposara, nada más lejos de la realidad, jamás sintió algo por ella, pero a fin de cuentas, el chico no tenía la culpa y era tan fácil quererle, le recordaba a Dwyn cuando aún era un chico sano…

  El viento dejó de soplar con fuerza y de aullar entre la arboleda, pero al volver de su ensimismamiento, se dio cuenta de que estaba tiritando. Aquel sonido estaba ahí de nuevo, nunca se había marchado, simplemente el aire que soplaba en su contra lo enmudecía, volvió la cabeza hacia el lugar del que provenía el sonido, pero la esquina del castillo lo ocultaba, aunque si se reclinaba sobre la barandilla podía ver un tenue punto de luz que provenía de más allá del bosque de Nihtel.

     ¡No! –exclamó aterrado– no puede ser…

   Corrió al interior de la habitación y buscó su ropa, se vistió lo más rápido que pudo y abrió el armero para colocarse el cinturón de la espada.


   

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