Había olvidado el peso de la cota de malla, era
sencilla, y aunque mucho más ligera que la mayoría de las armaduras que tenía, igualmente
era demasiado pesada para lo que protegía.
Entró en el ropero, a simple vista no era
más que un mueble normal. Observó el tablón del fondo un
momento, ahí sólo había entrado una vez, frunció el ceño y golpeó la madera con
los nudillos, el sonido era hueco. Entonces recordó que en ese armario
había que levantar el fondo, salió y se agachó, observando detenidamente el
hueco de las maderas hasta que vio una de las bisagras, puso los dedos de su mano izquierda
justo encima, sobre el madero, y siguió el listón que lo cruzaba perpendicularmente, cuando llegó al final supuso que debía tirar hacia él. Al hacerlo la base se levantó y el tablero del fondo se
abrió hacia arriba empujado por un sistema de poleas. Cogió una antorcha y la
encendió en la chimenea, entró de nuevo al ropero, cerrando la puerta tras él, una
vez en el pasillo tiró de una palanca que lo dejó todo como estaba.