Esta noche no
dejan de sonar en mi cabeza todas esas canciones que escuchaba estando a tu
lado, son una tortura para mis sentidos.
Para mis ojos
porque no te ven, para mis manos que no pueden acariciar despacio tu espalda,
para mi olfato que no puede extasiarse con el aroma de tu piel ardiente por las
caricias que quedaron atrás, para mis oídos que ya no te escucharán nunca más
gemir entre mis gemidos y para mi boca que no sentirá el sabor de tus besos
nunca, nunca más.
Mis emociones se
han subido a la noria, suben y bajan dibujando un círculo. Te echo tanto de
menos.
No sé cómo
fui capaz de enamorarme así de ti. No
quiero decir que no merezcas mi amor, o que al menos entonces no lo merecieras,
pero sabía tan poco de ti... sin embargo daba igual, sabía lo que creía que era
necesario saber... y creía que era más de lo que en realidad conocía.
Sabía que no
eras feliz en tu vida. Podrán llamarme puta, zorra, lo que quieran, nunca
sabrán lo que yo sentía, nunca entenderán qué motivos te mueven y mueven al
mundo cuando las cosas son vistas desde fuera. ¡Es tan fácil criticar mirando
las cosas como un espectador!
TE AMABA,
hubiese dado mi vida por ti, quería hacerte feliz, quería que tuvieses la
felicidad que merecías. Tan sólo pequé en creer que quien podía darte la
felicidad era yo. Nada más que me entristece ahora la pregunta que me hago
siempre que te recuerdo… ¿Eres realmente feliz? No me elegiste a mí y me
pregunto si realmente amas a esa mujer o simplemente amas la vida que tienes a
su lado. Si la respuesta es la segunda opción, otra gran pregunta viene a mi
mente y martillea mi cabeza. ¿Cuánto puedes permanecer junto a alguien a quien
no amas, sólo porque sí amas la vida que llevas con ella?
Quiero creer que
amas a esa mujer. Que ahora sí te hace feliz, que mi retirada, mi sufrimiento,
mi dolor, mi sacrificio… que todo sirvió. Dime que no me equivoqué al
enamorarme de ti… pero ni siquiera sé si sigues siendo esa persona. Los años
pasan y todos cambiamos. Yo no soy aquella chica. ¿Qué ha sido de ti?
Te amaba de
verdad, te amaba tanto que después del paso de los años, aún me duele. Sigue
siendo una herida abierta, una herida que no deja de sangrar.
Un día encontré
a mi media naranja, alguien que terminaba mis frases porque pensaba lo mismo
que yo, alguien que era capaz de entender mis bromas y mi inusual sentido del
humor, alguien que era capaz de hacerme reír. Esa persona que te hace sentir
especial sin que tengas la necesidad de cambiar absolutamente nada, sin
necesitar ningún periodo de adaptación. Un amor que te hace vibrar, que te
facilita el tránsito por los días grises, cuando todo se tuerce y no te puedes
sentir mal bajo ningún concepto porque su cara viene a tu mente y el gris se
vuelve perla.
Un día encontré
a mi media naranja, le perdí sin que realmente hubiese sido nada de mí.
No me arrepiento
de las noches en las que conseguí arrancarte de su lado unas horas, ni de
haberme entregado a ti en cuerpo y alma para intentar hacerte feliz… y para
satisfacer nuestros deseos más carnales. No me arrepiento de haber intentado
luchar a mi manera para que la dejases a ella, para que vinieses conmigo. No me
arrepiento de las heridas recibidas, de haber dejado que me hicieras daño sin
darte cuenta… pero… oh… ¿Sabes cuánto daño me has hecho? ¿Sabes lo que duele
estar desnuda entre tus brazos, habiéndote dado todo y que respondieses sus
llamadas dándome la espalda? ¿Sabes lo que dolía escucharte decirle “Te Quiero”
después de que me dijeras que te había hecho sentir cosas que no habías sentido
nunca?
Realmente creí
que me amabas, cada día dormía menos horas para poder adaptarme a tu horario y
seguir con mi vida… porque cada día esperaba que me dijeras que la discusión
rutinaria con ella había acabado en vuestra ruptura, pero ese día no llegaba y
yo sufría. Por mí, por ti… y por ella. Porque cada día era más consciente de
que sólo necesitaba tirar un poco más de ti, pero también veía que el amor que
sentías por ella, espero que fuese por ella y no por la vida con ella, no era
aquello que había entre tú y yo.
No eres
consciente de que llegó un momento en el que te volviste exigente conmigo, yo
entonces pensaba que era sólo exigencia, porque querías tener conmigo lo que
ella era incapaz de darte y yo quería dártelo todo. Quizás sea ahora cuando
puedo ver que querías tener unas cosas en ella y otras en mí. Ella era la
gatita a la que mimar cada día después de sus berrinches, a la que acariciar en
el sofá, yo era la pantera que tenía que esconder sus uñas para no arrancar la
piel de tu espalda, emocionante, pero sólo unas horas y gratis.
Durante mucho tiempo creí que realmente me
querías. Yo deseaba creer eso. Quería creer que por una serie de factores que no
éramos directamente tú y yo, tener algo más conmigo te daba miedo. Realmente lo
creía. Fíjate si estaba ciega de amor por ti.
Hoy tengo algo
que decirte. Cuando te dije que todo aquello me había hecho daño, no esperaba
que te sintieras culpable. Eso no iba a curar mis heridas. Lo peor que he
podido hacer es decirte que me hiciste daño, que me dolió. Porque te tomas la
libertad de aparecer y desaparecer cuando te viene en gana. Cuando te remuerde
la conciencia, o algo te lleva a acordarte de mí, me buscas y te interesas en
saber cómo estoy.
Desapareces el
tiempo necesario para que te olvide, para que mi corazón se recupere de todo
aquel daño. Un día, sin razón ni motivo, reapareces, te interesas por mí y me
recuerdas lo importante que he sido para ti. Tiras casi todos mis avances como
si se tratase de una torre de naipes.
El tiempo va
pasando, va doliendo menos, te voy superando, pero que quieras limpiar tu
conciencia apareciendo y desapareciendo de mi vida, sabiendo lo que has sido
para mí, me causa más rencor que dolor.
Tan solo tenías
que pedirme perdón. No necesitaba saber que sólo pensabas en ti mismo y en tu
satisfacción propia. Solo quería que supieras el daño que me hiciste porque
quería que me pidieras perdón. Si lo hubieras hecho, te hubiese perdonado,
porque por encima de todo, en ese momento, te quería y quería verte feliz por
encima de mi felicidad. No me importa que aquello también fuese importante para
ti y que lo recuerdes de un modo satisfactorio. Es un halago, sí, puedo darte
las gracias.
¡Me temo que
nunca entenderás cuánto te quise! Tal vez lo que no entenderás nunca es hasta
qué punto te amé, cuanto te antepuse a todo mi mundo. Y pasarán los años, tú ya
no serás aquel muchacho del que me enamoré, yo no seré la misma ingenua. ¿Hasta
cuándo?
No hay comentarios:
Publicar un comentario