martes, 3 de diciembre de 2013

El rey (Parte II)

Historia previa: Aquí 
Primera parte: Aquí

     ¿Has hablado con Moira?
     ¿Sobre ti? No. No me habló de ti, simplemente llegó tremendamente compungida y me dijo que me amaba y que no quería perderme, que la idea le aterraba.
     Nada. Anoche no sucedió nada, y tú deberías sentirte satisfecho. Tu esposa te ama, no siente pena por ti, ni simple simpatía. No es cortés porque es su obligación, lo es porque te quiere. Eso es maravilloso.

   El rey trató de apretar los dientes enfurecido, pero su mandíbula desviada hacía que el gesto resultara muy doloroso. De buena gana se hubiese levantado para abofetear aquella cara perfecta y alegre, sin embargo apenas era capaz de permanecer allí sentado. 

   Drystan continuó bebiendo con aire despreocupado, terminó su bebida y se levantó para dejar la taza. Volvió y se sentó con un gesto de felicidad en el rostro, aquello le irritó aún más. 

     ¡Cuéntame qué sucedió anoche!
     Ya te he dicho que no sucedió nada.
     ¿Fuiste a su dormitorio?
     Sí.

   Dwyn miró al suelo, confuso, una racha de aire frío que se coló por debajo de la ventana le hizo sentir un escalofrío y subió la manta a la altura de su boca de nuevo. Se sentía como un niño perdido, sin saber qué hacer o qué decir. La felicidad de haber descubierto que su esposa había llegado a amarle con tanto fervor quedaba ensombrecida por la clara idea de que el tiempo que le quedaba de vida era demasiado corto como para disfrutarlo. Parpadeó repetidamente y Drystan supo que se había perdido en sí mismo, suspiró y chasqueó los dedos para sacar al rey de su ensimismamiento.

     Despierta, Dwyn.
     Quiero saber lo que pasó.

  Drystan suspiró otra vez y puso los ojos en blanco. Se llevó la mano izquierda a la sien y la frotó varias veces hasta que la mano acabó sobre la frente, no dejaría de preguntar, lo que muy probablemente le acabaría dando un tremendo dolor de cabeza.

     Estuve en su habitación, y hablé con ella.
     ¿Qué más?
     Déjalo... ¿Disfrutas con esto?
     No. ¡¿Qué más?!
     Yo… —carraspeó y tosió—. Le comenté que morirías pronto y que no tenías ningún heredero… que tú no podías darle hijos… y que yo sí…

   Drystan tomó una bocanada de aire y la contuvo por unos segundos, exhaló despacio, mientras Dwyn le miraba con una terrible frialdad y reproche. Se giró para apoyar su espalda en el reposabrazos del diván, subió las piernas, con movimientos torpes consiguió taparse los pies. En esta ocasión fue él quien suspiró y las lágrimas asomaron tímidas. Hundió la cara entre sus manos tapadas, la gruesa tela de lana aún conservaba el aroma de jazmín del perfume de Moira, la decepción se convirtió en un nudo en la boca del estómago. ¿Podría salir algo bien en su vida alguna vez? ¿Había algo más que le pudiese negar? Drystan lo tenía todo, incluso un heredero para sus islas... él... tenía dolor, sufrimiento, enfermedad... y pronto tendría una flecha ardiente en su pecho para hacer que sus cenizas se perdieran en el río, un reino sin rey y una reina sin reino. ¿Qué pasaría con ella cuando él no estuviese? ¿Podría confiar de nuevo en Drystan?

     Primo…
     ¡Me muero! ¡Me estoy muriendo! Mi reino se va a ver envuelto en una guerra, tan sólo te pido una cosa en toda mi maldita vida y no eres capaz de hacerlo.
     Escúchame... —dijo en un tono conciliador— yo intenté seducirla… pero ella…
     Me has fallado…
     ¿Cómo? —se sintió terriblemente ofendido y se volvió hacia Dwyn con un gesto de desaprobación—. ¿Lo dices en serio?  

[...] Sigue aquí

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