Primera parte: Aquí
—
¿Has hablado con Moira?
—
¿Sobre ti? No. No me habló de ti, simplemente
llegó tremendamente compungida y me dijo que me amaba y que no quería perderme,
que la idea le aterraba.
—
Nada. Anoche no sucedió nada, y tú deberías
sentirte satisfecho. Tu esposa te ama, no siente pena por ti, ni simple
simpatía. No es cortés porque es su obligación, lo es porque te quiere. Eso es
maravilloso.
El rey trató de apretar los dientes
enfurecido, pero su mandíbula desviada hacía que el gesto resultara muy
doloroso. De buena gana se hubiese levantado para abofetear aquella cara
perfecta y alegre, sin embargo apenas era capaz de permanecer allí sentado.
Drystan
continuó bebiendo con aire despreocupado, terminó su bebida y se levantó para dejar la taza. Volvió y se sentó con un gesto de felicidad en el rostro, aquello le irritó aún más.
—
¡Cuéntame qué sucedió anoche!
—
Ya te he dicho que no sucedió nada.
—
¿Fuiste a su dormitorio?
—
Sí.
Dwyn miró al
suelo, confuso, una racha de aire frío que se coló por debajo de la ventana le
hizo sentir un escalofrío y subió la manta a la altura de su boca de nuevo. Se
sentía como un niño perdido, sin saber qué hacer o qué decir. La felicidad de
haber descubierto que su esposa había llegado a amarle con tanto fervor quedaba
ensombrecida por la clara idea de que el tiempo que le quedaba de vida era
demasiado corto como para disfrutarlo. Parpadeó repetidamente y Drystan supo
que se había perdido en sí mismo, suspiró y chasqueó los dedos para sacar al
rey de su ensimismamiento.
—
Despierta, Dwyn.
—
Quiero saber lo que pasó.
Drystan suspiró
otra vez y puso los ojos en blanco. Se llevó la mano izquierda a la sien y la frotó varias veces hasta que la mano acabó sobre la frente, no dejaría de preguntar, lo que muy probablemente le acabaría dando un tremendo dolor de cabeza.
—
Estuve en su habitación, y hablé con ella.
—
¿Qué más?
— Déjalo... ¿Disfrutas con esto?
—
No. ¡¿Qué más?!
—
Yo… —carraspeó y tosió—. Le comenté que morirías
pronto y que no tenías ningún heredero… que tú no podías darle hijos… y que yo
sí…
Drystan tomó una
bocanada de aire y la contuvo por unos segundos, exhaló despacio, mientras Dwyn
le miraba con una terrible frialdad y reproche. Se giró para apoyar su
espalda en el reposabrazos del diván, subió las piernas, con movimientos torpes
consiguió taparse los pies. En esta ocasión fue él quien suspiró y las lágrimas
asomaron tímidas. Hundió la cara entre sus manos tapadas, la gruesa tela de lana aún
conservaba el aroma de jazmín del perfume de Moira, la decepción se convirtió
en un nudo en la boca del estómago. ¿Podría salir algo bien en su vida alguna
vez? ¿Había algo más que le pudiese negar? Drystan lo tenía todo, incluso un heredero para sus islas... él... tenía dolor, sufrimiento, enfermedad... y pronto tendría una flecha ardiente en su pecho para hacer que sus cenizas se perdieran en el río, un reino sin rey y una reina sin reino. ¿Qué pasaría con ella cuando él no estuviese? ¿Podría confiar de nuevo en Drystan?
—
Primo…
—
¡Me muero! ¡Me estoy muriendo! Mi reino se va a
ver envuelto en una guerra, tan sólo te pido una cosa en toda mi maldita vida y
no eres capaz de hacerlo.
—
Escúchame... —dijo en un tono conciliador— yo intenté seducirla… pero ella…
—
Me has fallado…
—
¿Cómo? —se sintió terriblemente ofendido y se
volvió hacia Dwyn con un gesto de desaprobación—. ¿Lo dices en serio?
[...] Sigue aquí
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